Para la historiadora y directora del área de investigación de Horizontal, Valentiva Verbal, la dinámica de una Asamblea Constituyente (AC) de corte participativo sería un mito. Acá se equivoca Verbal, pues sostiene en su columna titulada: “Asamblea Constituyente: El mito de la participación” que los modelos de AC que se conocen, tendrían un predominio de lógica representativa por sobre la participativa. Esto es propio de regímenes democráticos liberales, en los cuales predomina la lógica de la representatividad y se relativiza la participación.
Para Verbal, los modelos de AC tienden a desarrollar la idea de la representación (similar a lo que pasa en el Congreso), por tanto, ésta sería predominante en desmedro del fenómeno de la participación. Pero esto no es tan así como plantea Verbal, pues dejaría de lado el proceso deliberativo que todo espacio constituyente tiene aparejado. Es decir, si sólo miráramos el proceso constituyente en su dimensión final y en cómo quedaría estructurada su interna, le otorgamos un valor de cero a la instancia anterior que define el resultado final. Hoy lo importante de la AC no es sólo su nivel de representatividad, sino que también, el grado de participación que conlleva. No se le puede restar méritos a la instancias deliberativas que están llevando a cabo las organizaciones populares, académicas y estudiantiles sobre el Chile que se quiere. Con el alto grado de descomposición que hoy vive la oligarquía política chilena, que los sectores populares proyecten un Chile distinto, adquiere un valor superlativo en las etapas reflexivas que el modelo constituyente tenga. La forma es importante, pero también lo es el fondo, sobre todo cuando los niveles de participación en Chile están llegando a sus más bajos porcentajes. He ahí lo interesante de un proceso constituyente, el grado de participación que pueda desplegar, ya que conectaría a la sociedad con lo político, validando finalmente el resultado y legitimando a sus integrantes.
Hoy en Chile se hace necesario un proceso que motive la participación, que movilice a las bases, que estreche las diferencias entre las cúpulas de poder y la sociedad, y sea más interpretativo del Chile del siglo XXI. Los espacios de poder que se conocen carecen de legitimidad, representatividad y legalidad, cuestión que redunda en que el sistema democrático chileno esté pasando por una profunda crisis política. Dotarle de importancia a la representatividad por sobre la participación, es un profundo error de visión política de los nuevos tiempos, y plantea la duda de cuán democrático se quiere ser. El desafío es conseguir la participación de una alta cantidad de ciudadanos dentro de una instancia constituyente, porque de no ser así, nuevamente la democracia chilena estaría en duda.